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Les Cayes, entre el duelo y el intento por regresar a la normalidad

Algunos comentan que cerca del río, en una montaña a la que no es posible acceder debido a los daños en el camino, yacen un número indeterminado de cuerpos que dudan serán recuperados.

LES CAYES, Haití, 18 ago (Xinhua) — Con el amanecer y la llegada de los primeros rayos del Sol, varias familias en la zona rural de Les Cayes, Haití, despiertan en sus patios tras negarse a permanecer en sus casas durante la noche, debido al miedo que generó en ellos el terremoto del pasado sábado.

LES CAYES, 17 agosto, 2021 (Xinhua) — Un hombre observa escombros después de un terremoto, en Les Cayes, Haití, el 17 de agosto de 2021. El número de muertos por el terremoto de magnitud 7,2 registrado el sábado en Haití ha subido a 1,941, informó el martes la Agencia de protección Civil de la isla caribeña. (Xinhua/David de la Paz) (dp) (ah) (ra) (vf)
Algunos sacaron colchones y sábanas, otros armaron tiendas de campaña improvisadas, todos intentando evadir una posible réplica.

En un área más lejana, personas aun menos privilegiadas, a quienes la urgencia les demanda actuar, llegan al río Camp Perrin donde intentan recuperar troncos y trozos de madera traidos por la corriente, que serán utilizados para reconstruir sus casas y para cocinar.

Algunos comentan que cerca del río, en una montaña a la que no es posible acceder debido a los daños en el camino, yacen un número indeterminado de cuerpos que dudan serán recuperados.

El panorama cambia radicalmente en el centro de Les Cayes, donde tras el paso del terremoto y de la tormenta tropical Grace, las personas intentan retomar su vida cotidiana.

Las calles llenas de vehículos, motociclistas y peatones se mezclan con el panorama de edificaciones destruidas, pero nadie parece tomarlas en cuenta salvo algunos trabajadores que buscan recuperar materiales entre los escombros.

En un mercado popular que hasta el día anterior permanecía prácticamente vacío, el miércoles el escenario es completamente distinto.

Decenas de personas caminan por el lugar, esquivando el paso de motocicletas a toda velocidad.

Vendedores ofertan frutas, verduras y productos empaquetados mientras la población se ve ávida de abastecerse de ellos.

En calles aledañas se vende ropa, zapatos, comida preparada, y en algunos lugares se comercializa el acero recuperado de entre los escombros.

En un restaurante céntrico, al menos media docena de comensales llenan las mesas, el dueño afirma que el negocio va regresando a la normalidad y que el terremoto y la tormenta tropical no le causaron graves daños a su economía.

Parecería que la vida va regresando a la normalidad, sin embargo, todo cambia al entrar en el Hospital Immaculee Conception.

En ese lugar los daños causados por el terremoto siguen vigentes, con camas agotadas y un piso abarrotado de heridos de todas las edades.

Una enfermera de la organización internacional no gubernamental «Team Rubicon», dice que la gran mayoría de las heridas que se encuentran atendiendo son ambulatorias.

Huesos rotos, cortadas y concusiones, es lo se atiende en un área del hospital, mientras que en otro sector, prácticamente igual de abarrotado, la situación es más seria.

Camas llenas de heridos, muchos de edad avanzada, reciben la atención médica que es posible proporcionarles a pesar de la falta de insumos.

La mayoría de heridos yacen en camas acompañados de uno o más familiares, lo que llena aun más el lugar dejando pocas opciones para mantener la distancia social que demanda esa otra emergencia que acapara la atencion mundial, la COVID-19.

Los familiares se miran unos a los otros, los rostros carecen de mayor expresión, hay seriedad y un dejo de resignación mientras intercambian miradas.

De un momento a otro la vida se vuelve a detener para todos, se registra una réplica y la gente atemorizada sale desesperada del recinto, algunos alcanzan a sacar a sus familiares en camillas, otros lo hacen dándoles apoyo para que salgan a pie.

Pocos segundos después, al notar que el temblor no es de gran magnitud las personas recuperan la calma y llevan a los heridos de regreso a su área designada.

Cuando todo parece regresar a la normalidad, la visita que todos temen llega al lugar, una mujer de 52 años en una cama ubicada en una esquina rodeada de familiares, fallece.

Quienes le sobreviven permenecen en absoluto silencio, inquebrantables, pero aunque no dicen palabra, sus ojos lo dicen todo.

Mientras el personal médico realiza las labores de registro y etiquetación del cuerpo, la madre y tía de quienes la rodean, ahora se convierte en una estadística más.

A unos días de esta gran tragedia unos intentan continuar con su vida, a pesar de lo que implica habitar el país más pobre de América Latina, otros, obligados a seguir lideando con el dolor y la muerte, probablemente concluyen que tampoco hay otra opción.

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