Nida Rivera, también es conocida como la Nena, pero en realidad es la auténtica reina de las habichuelas con dulce en Washington Heights.
“Aquí la gente está loca, loca, loca. Donde quiera los hombres llorando, diciendo que se fue la alegría de Manhattan, que se fue la alegría de aquí”, cuenta Rivera al explicar cómo los vecinos han tomado la muerte de su hija.
Nida Rivera recuerda así a Isabel Peralta. Durante más de 20 años trabajaron juntas al frente de este negocio de venta de habichuelas dulces, ubicado en la esquina de la calle 182 con la avenida Saint Nicholas.
Durante la realización de este reportaje, los clientes que llegaban no podían creer que Isabel, o como la conocían aquí, Chabe, yo no regresaría más a atender el puesto.
“Ay, me siento muy mal, porque ella era muy querida. Bien nice, una persona bien nice. Me deprime mucho”, detalla una de las clientas.
Alguien más añadió: “Muy triste y apenado con la muerte de Chabe. Muy bella persona”.
Doña Nena y sus hijos se han convertido en personajes de este vecindario. Fueron uno de los primeros que hicieron popular el postre dominicano en Washington Heights.
De acuerdo con Isidro Medina, director ejecutivo de Washington Heights BID: “Doña Nena, junto a Chabe, han sido íconos de lo que es el Alto Manhattan. Aquí vienen personas de Connecticut, de New Jersey o Pensilvania a comprar sus habichuelas con dulce.
Esta tarde, los clientes y amigos continuaban decorando un improvisado altar para recordar a la mujer como una persona de una alegría contagiosa.
Elvido Pérez, quien fuera su esposo, refirio: “Todo el mundo está destruido, porque, imagínate, ella era el punto de alegría aquí.
Muchos recuerdan a Isabel como una persona muy dadivosa, siempre dispuesta ayudar a los más necesitados.
Manuel Rivera se describe como un desamparado del área que, junto a otros como él, venía a diario con Isabel a buscar comida, habichuelas con dulce y hasta ropa.
“Y en verdad esta compañera, hermana, nunca nos dio la espalda, nos ayudó mucho”, recuerda Rivera.
Isabel murió la semana pasada de un derrame cerebral, según su madre, tenía 42 años.
Nida Rivera recuerda de su hija: “Era el amor de mi vida. Esa era la papaupa de aquí. Ella ni aunque estuviera nevando dejaba de venir y me decía: Mamá quédate que yo me voy”.