No es fácil escribir sobre la muerte. Debido en parte, a nuestra cultura. Se enseña que hablar de enfermedades, dolores, quejas y muerte, es totalmente negativo. Y pasamos nuestros días evadiendo o hablamos muy poco o casi nada sobre la muerte.
Nos han dicho, que eso es de religiosos. Los científicos no hablan de eso. La tecnología no nos dice nada…o no estamos debidamente preparados para recibir esas lecciones.
Los hay, que no han entrado nunca a cementerios ni asisten a velatorios. Ni ven fallecidos en su ataúd.
Lo que no podemos negar, seamos ateos o religiosos, que el cese de la vida como la conocemos termina. Que nos morimos, que se mueren nuestros padres y familiares, nuestros amigos y conocidos. Que la muerte, es una realidad.
Que nos vamos. Unos niños y muy jóvenes. Otros, alcanzan la adultez y estados avanzados de la vejez. Al final, termina el ciclo…y nos vamos.
Creemos, una de las causas por la que no nos gusta hablar ni mencionar la muerte, es por el miedo, angustia, tristeza, dolor y llanto que provoca la muerte de un ser querido.
Unos se van rodeados de su familia, con las manos tomadas por algún hijo o acariciada su cabeza por la esposa. Otros se van solos, como muchos que lo han hecho en esta pandemia que azota la humanidad.
El dolor en esas circunstancias, es más intenso, destroza y desgarra.
Se ha roto el “hilo”, “lazo” o “cadena” de que nos habla el autor de Eclesiastés. El “cordón de plata” como lo llaman los budistas tibetanos.
El “hilo” que nos ata a esta dimensión y a través del cual, nos alimentamos. Coincidente ¡Qué cosa!, con el “cordón umbilical” que nos ata a la madre, y que al cortarlo el doctor o la “partera” pasamos a otro estado de vida, diferente al que llevamos en el vientre.
¿Miedo a la muerte? Si. Tal vez por desconocimiento. Tal vez por el miedo que nos han vendido las diferentes religiones a lo largo de nuestra existencia….tal vez por los apegos y las cargas que hacen más lento nuestro andar.